martes, 2 de junio de 2009

EDUCAR LOS OJOS


Hay Que Educar Los Ojos, para saber observar, contemplar y admirar la belleza del universo. Hoy día, la mayoría de las personas no son capaces de contemplar otro paisaje que el de las pantallas de sus televisores. Pasan veloces con sus carros ante maravillas de la naturaleza sin el menor asombro. Han perdido la capacidad de admiración, no son capaces de captar el misterio que se esconde en una noche estrellada, en una mirada de inteligencia y amor, en un paisaje de mares, selvas, montañas, en un rayo de luz, en una gota de agua, en la más débil de las hierbas que nos asoma al misterio insondable de la vida. Como dice un proverbio oriental, “si miras un árbol y sólo ves un árbol, no sabes observar. Si miras un árbol y ves un misterio sorprendente”, eres buen observador. Admiramos los inventos de las tecnologías, los progresos de la ciencia, los nuevos productos con que el mercado nos seduce y nos aturde. Pero no nos asombramos ante el milagro de la vida, el milagro inexplicable de la existencia. Toda la tecnología es incapaz de crear una flor verdadera que se nos ofrece humilde y generoso a la orilla del camino, o una semilla que guarda en sus entrañas la promesa de vida. Al perder la capacidad de admiración y asombro, nos volvemos incapaces de valorar las cosas que realmente merecen la pena y nos hundimos cada vez más en la trivialidad, sensiblería y superficialidad.
Educar los ojos para ver el mundo como es en realidad y no como nos dicen que es. Para no confundir las imágenes interesadas que nos ofrecen los que quieren robarnos la visión. Ojos sensibles, capaces de contemplar el dolor ajeno, el rostro de la opresión y la injusticia, los destellos de bondad y generosidad en tantas personas buenas. Ojos que se ofrecen para ser luz, para alumbrar caminos de esperanza, para ayudar a ver la realidad sin miedo. Ojos que saben ver a cada uno como alguien único e irrepetible, digno de respeto, admiración y amor; que consideran la diversidad de rostros, costumbres y razas como una gran riqueza y asumen las diferencias como un regalo original. Ojos capaces de leer y escribir la realidad para releerla y reescribirla; para leer los problemas y combatir el analfabetismo y ceguera crítica de tantos doctores y cultos que supuestamente saben muchas cosas, que son especialistas en leer las nuevas tecnologías y códigos, pero son incapaces de leer el dolor ajeno.
Hay Que Educar Los Ojos, para saber observar, contemplar y admirar la belleza del universo. Hoy día, la mayoría de las personas no son capaces de contemplar otro paisaje que el de las pantallas de sus televisores. Pasan veloces con sus carros ante maravillas de la naturaleza sin el menor asombro. Han perdido la capacidad de admiración, no son capaces de captar el misterio que se esconde en una noche estrellada, en una mirada de inteligencia y amor, en un paisaje de mares, selvas, montañas, en un rayo de luz, en una gota de agua, en la más débil de las hierbas que nos asoma al misterio insondable de la vida. Como dice un proverbio oriental, “si miras un árbol y sólo ves un árbol, no sabes observar. Si miras un árbol y ves un misterio sorprendente”, eres buen observador. Admiramos los inventos de las tecnologías, los progresos de la ciencia, los nuevos productos con que el mercado nos seduce y nos aturde. Pero no nos asombramos ante el milagro de la vida, el milagro inexplicable de la existencia. Toda la tecnología es incapaz de crear una flor verdadera que se nos ofrece humilde y generoso a la orilla del camino, o una semilla que guarda en sus entrañas la promesa de vida. Al perder la capacidad de admiración y asombro, nos volvemos incapaces de valorar las cosas que realmente merecen la pena y nos hundimos cada vez más en la trivialidad, sensiblería y superficialidad.
Educar los ojos para ver el mundo como es en realidad y no como nos dicen que es. Para no confundir las imágenes interesadas que nos ofrecen los que quieren robarnos la visión. Ojos sensibles, capaces de contemplar el dolor ajeno, el rostro de la opresión y la injusticia, los destellos de bondad y generosidad en tantas personas buenas. Ojos que se ofrecen para ser luz, para alumbrar caminos de esperanza, para ayudar a ver la realidad sin miedo. Ojos que saben ver a cada uno como alguien único e irrepetible, digno de respeto, admiración y amor; que consideran la diversidad de rostros, costumbres y razas como una gran riqueza y asumen las diferencias como un regalo original. Ojos capaces de leer y escribir la realidad para releerla y reescribirla; para leer los problemas y combatir el analfabetismo y ceguera crítica de tantos doctores y cultos que supuestamente saben muchas cosas, que son especialistas en leer las nuevas tecnologías y códigos, pero son incapaces de leer el dolor ajeno.
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