viernes, 22 de mayo de 2009

HACIA UNA EDUCACIÓN INTEGRAL DE CALIDAD




No basta con brindar educación a todas las personas. Una educación integral de calidad implica educar también a toda la persona. La educación tradicional sólo se interesa por la cabeza del alumno, y de ella sobre todo la capacidad de memorizas y repetir. El resto del cuerpo lo soporta porque no tiene otro remedio, pero si pudiera diseccionar a los alumnos, haría todo lo posible para que trajeran a la escuela sólo sus cabezas y dejaran en la casa el resto de sus cuerpos. Así no molestaría o molestarían menos.
Hay que educar la memoria, para saber recordar y también perdonar para crecer fuertes sobre las propias raíces y no olvidar nunca que la vida es don, que se nos ha dado mucho y por ello debemos mucho a los demás. Educar la memoria también para no olvidar la historia de opresión, la increíble crueldad de los seres humanos cuando se deshumanizan, de modo que nunca vuelva a repetirse esa historia ignominiosa.
Educar la curiosidad, que crece y se perfecciona con el propio ejercicio, que enseña a preguntar y preguntarse, más que a responder y repetir. Educar el deseo de aprender, conscientes de que es más importante la capacidad y ganas de aprender que lo que ya se sabe; que los títulos, medallas y diplomas por lo ya aprendido.
Educar la reflexión permanente sobre lo que sucede y sobre lo que uno hace; la capacidad de comprenderse y aceptarse para así comprender y aceptar a los demás y comprender el mundo para poderlo recrear. Educar el pensamiento para hacer surgir personas auténticas, que se atrevan a pensar por cuenta propia, sin ser intolerantes, o que saben ser tolerantes sin convertirse en veletas movidas por cualquier soplo de opinión. Personas capaces de actuar como hombres de pensamiento y de pensar como hombres de acción.
Educar la capacidad de crítica y autocritica, para evaluar continuamente lo que uno hace, aprender de esa evaluación, y tener una posición firme frente a supuestos valores, informaciones, estructuras, modas, propagandas, tratados, leyes, y una pasión inquebrantable por la verdad.
Educar la capacidad de soñar, de imaginar nuevos mundos, y el coraje y la constancia para entregar la vida a realizarlos. Educar para ser un militante de la esperanza que nada ni nadie consigue doblegar y que apuesta la vida por la libertad y la justicia.
Hay que educar el corazón, la capacidad de amar, de darse, sin esperar nada a cambio y sin generar dependencias. Corazón alegre, propositivo, optimista, que asume los problemas como retos a superar y se crece con las dificultades. Corazón que se responsabiliza de sus actos y de sus sentimientos, apasionado de la vida, capaz de sacudirse las rutinas, el cansancio, la pasividad; que se esfuerza siempre y en todas partes por hacer las cosas cada vez mejor.
Antonio Pérez Esclarín
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